diumenge, 12 de juny del 2011


Nos representan o no

Un sistema se hunde cuando se revela ineficiente y encima mata las esperanzas

Artículos | 12/06/2011 - 00:00h
Jordi Barbeta
Barcelona
Que no nos representan, que no!", gritan los indignados. Su protesta tiene un argumento aritmético. Xavier García Albiol (PP) fue elegido ayer alcalde de Badalona pese a que ocho de cada diez badaloneses le negaron su apoyo. No es un caso raro. Xavier Trias (CiU) en Barcelona y Josep Fèlix Ballesteros (PSC) en Tarragona han obtenido un respaldo similar. Los tres son los más votados en sus municipios pero las van a pasar magras para gobernar, porque ninguno tiene mayoría. Tendrán que hacer concesiones a los demás partidos, lo que equivale a desairar a los pocos ciudadanos que les han votado, o, de lo contrario, los partidos rivales los van a boicotear sistemáticamente. Todo es aún peor cuando los que han perdido se ponen de acuerdo para fastidiar al que ha ganado. La representatividad es exigua y el complot suele acabar como el rosario de la aurora o como el tripartito. Al menos en Francia se vota dos veces y el que resulta elegido tiene una legitimidad menos discutible.

Aunque los indignados se han rebelado en plena campaña municipal, su protesta por la orfandad política en la que se encuentran se refiere sobre todo al sistema político general y a la privatización, por no decir la apropiación indebida, que han hecho los partidos de la política. Quien más quien menos sabe quién es su alcalde, pero nadie tiene ni puñetera idea de quién es su diputado. No es que no le represente, es que ni siquiera le ha elegido. Si en Barcelona querías votar a Duran Lleida, te tenías que comer a CiU con patatas. Y viceversa. Si votabas a Zapatero para que no ganara Rajoy, como hizo tanta gente, Carme Chacón te venía en el lote. Pero bueno, la trampa está en el resto de la candidatura, gente que se gana el puesto no por su valía, sino por su sumisión a quien le ha colocado. Y claro, no le piden muchas luces. Sólo que apoye al Gobierno o le ponga obstáculos, según si su partido está en el poder o en la oposición. He aquí el problema.

La explosión de los indignados es el síntoma de la ineficiencia de la democracia española. Ahora mismo, el Gobierno intenta sacar adelante una reforma laboral en la que no cree porque se la imponen desde Bruselas. No se rebela contra los mercados, pero, para no molestar a su clientela electoral, se queda a medias. Y, haga lo que haga, los partidos rivales harán todo lo posible para que fracase. La degeneración de la democracia española en partitocracia plantea dos problemas: ya no sirve para resolver los problemas y, encima, deja sin esperanza a la gente. No hay que ponerse tremendos, pero la combinación de estos dos fenómenos suele desembocar en un cambio de régimen. Y tampoco hay que asustarse. Los franceses ya van por la quinta república y en Estados Unidos van por la 27.ª enmienda.

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