dissabte, 13 d’agost del 2011


Al infierno, por leer

La niña que ganó la batalla contra la ignorancia sigue leyendo con gran placer

Artículos | 13/08/2011 - 00:00h
No es cierto que existan lecturas de verano y lecturas de invierno. Hay libros y lectores, vinculados por una cadena azarosa de decisiones, impulsos, influencias y modas que cuajan en momentos de lectura, que son horas –quiero pensar– de libertad radical para cada individuo. Una libertad que sólo molesta a quien quiere controlar las mentes y las vidas. Como le pasó a la hermana del tío Baixamar, en la Catalunya oscura de finales de los años cuarenta, cuando un adulto le dejó una novela que consideraba que valía mucho la pena de ser leída.

Con catorce años, la hermana mayor de Baixamar era una lectora ávida, inteligente e interesada por todo lo que le rodeaba. Un joven de veintitantos, que trabajaba para el negocio familiar, quiso ampliar el horizonte de la chica y le pasó una obra que a él le parecía buenísima y apasionante. Una mañana, de camino hacia la escuela, la muchacha recogió el libro y lo guardó dentro de la cartera. Una vez en el aula, la monja, que todo lo vigilaba obsesivamente, descubrió que aquella alumna llevaba, entre sus cosas, un volumen que no era de estudio. La reacción de la monja –hermana la llamaban las niñas- fue drástica y fulminante. Le arrebató el libro en medio de grandes aspavientos, diciéndole: "Esto no puedes leerlo".

La chica regresó a casa entristecida y preocupada. ¿Qué explicaba aquel libro para ser objeto de la requisa de la hermana? La censura, como es natural, incrementó el deseo de leer aquella historia. Al día siguiente, la monja ordenó que la adolescente asustada acudiera a su despacho y, con ademán inquisitorial, le dijo: "He rezado por tu alma toda la noche porque te vas a condenar". El juicio de aquella presunta educadora era irrevocable: la condenación eterna por haber osado asomarse a unas páginas que, según aquella servidora de la fe, estaban prohibidas a los buenos creyentes. La paradoja es que la chica todavía no había tenido tiempo de comenzar la novela en cuestión y, por lo tanto, estaba condenada, ya ven, sin conocer el sabor del pecado. "He destruido el libro y no digo nada a tus padres –añadió la severa monja– porque es la primera vez, pero, si hay una próxima, serás expulsada del centro". Este último comentario sirvió para que la joven estudiante confirmara su sospecha: la monja sí había leído la obra y quizás otras hermanas también lo harían en el futuro. Con los escasos ahorros de que disponía, compró un nuevo ejemplar de la novela y, después de leerla con atención, la devolvió al chico que era su propietario. La monja, a pesar de sus esfuerzos, fracasó completamente.

Hoy, aquella niña que ganó la batalla contra la superstición y la ignorancia es una señora elegante, madre y abuela feliz, que sigue leyendo con gran placer. Este verano relee la obra que le mostró el camino de la verdadera y necesaria libertad: Ana Karenina de Lev Tolstói.

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