La Diada de Termes
"Catalunya es un ejemplo histórico de la supervivencia de un pueblo tozudo"
Artículos | 12/09/2011 - 00:00h
Les podría hablar de Badalona y de cómo García Albiol prepara el terreno para que Rajoy tenga una campaña bien tranquila en Catalunya. Les podría comentar el gran momento en que Pujol, siempre atento a todo lo que pasa, utiliza la canción Jenifer, de Els Catarres, para defender el modelo catalán de integración, aunque sabe que se tambalea en los términos descritos por Paco Candel. Les podría glosar la inacabable (y autodestructiva) lucha entre familias en torno a ERC y el independentismo en general. O les podría analizar cómo la supuesta transparencia democrática se convierte en populismo antipolítico mediante la publicación del patrimonio que los diputados dicen tener. En fin, todo esto vale para componer una columna. Pero prefiero aprovechar este espacio para recordar al historiador Josep Termes, desaparecido el pasado día 9.
Un día antes de la fiesta nacional de Catalunya, en el tanatorio de Les Corts, al lado del Camp Nou de sus alegrías y sufrimientos como culé, despedimos al profesor Termes, el académico riguroso, el patriota lúcido, el maestro generoso y el hombre de bien que abrió tantos caminos y nos mostró la complejidad de nuestro ayer reciente. Uno de sus tres hijos lo recordó: era un hombre que huía del esquematismo fácil. Por eso desmontó, documentos en mano, las tesis de aquellos que sostienen que el nacionalismo catalán o catalanismo es un movimiento exclusivamente burgués y desenganchado de las clases populares. Termes explicó que el éxito del catalanismo se fundamenta, precisamente, en su transversalidad social, ideológica y partidista, por eso lo comparaba con "un río poderoso cuyas aguas provienen de fuentes diferentes, o mejor, con un arco iris, que forma una unidad pero tiene colores muy diversos". Si el catalanismo no hubiera contado también con obreros, payeses y menestrales –además de burgueses, comerciantes e intelectuales–, García Albiol ya tendría el trabajo hecho. Este sustrato hizo posible, por ejemplo, que mi padre –hijo de una familia castellanohablante de origen murciano y humilde– descubriera la cultura catalana haciendo teatro amateur durante la posguerra, cuando se aprovechaban todas las grietas del régimen.
"Catalunya es un milagro", escribió Termes con su sabiduría contundente. Lo decía un no creyente, su metáfora respondía al estudio profundizado de nuestro pasado. Y añadía: "Un milagro en la Europa contemporánea. Porque desde hace dos o trescientos años, excepto los grandes pueblos que tienen un gran estado detrás, los otros han sido deglutidos –como el pescado pequeño, en el mar, que es comido por el pez grande–. Catalunya es un ejemplo histórico de una supervivencia curiosa, obviamente conflictiva y extraña, la supervivencia de un pueblo tozudo". García Albiol, Sánchez-Camacho, Rivera y otros deberían leer a Termes con mucha atención. En política, los milagros los hace siempre la gente. Y la gente que piensa que Catalunya es una nación todavía no ha sido borrada del mapa.